Siestas

Era diciembre y hacía mucho calor. Caminamos por Rivadavia hasta su casa. La ví como siempre. El paso de los años no es un peso para ninguno de los dos. Ella no cambió mucho, sigue flaca y pálida. Cuando la conocí tenía unos 20 años. Yo también era joven. Mientras seguimos a la gente por la avenida pensé en lo ridículo que nos veíamos. Yo con mi cuaderno en el bolso con las anotaciones que hice anoche sobre mis pobres pensamientos sobre dios y la causalidad. Vestimos ambos con nuestras prendas que son siempre iguales. Desde que nos conocemos somos más o menos los mismo. Ella con vestidos. Le quedan mejor que los pantalones. Yo con mi pantalón de vestir y remera lisa. 

Nuestros pesimismos son diferentes. Yo estoy desilusionado con la humanidad. Bueno, Agustina también, pero, además, cree que el mundo está al borde del colapso climático. Que nos va a faltar primero el agua y después sus consecuencias. 

Hace más 20 años, un domingo como hoy hice lo mismo. La llamé y le pregunté si podía ir a su casa a dormir la siesta. Me dijo que podía. Desde ese momento dormir la siesta juntos se convirtió en una costumbre.

Su departamento es una habitación muy grande con una ventana que da al patio de una escuela. Tenemos bibliotecas parecidas que si las juntáramos casi no repetirían títulos, sí autores. Aunque sabía que no le gustaba que hurgue en sus estantes siempre hojeo algún libro. 

– Ah, bueno, vos sí que tenés suerte.
– ¿Por?
– Acá dice que se tiraron 2500 ejemplares de este libro y vos tenés uno…
– Si te hubiesen pagado por ese chiste…
– ¿Tomamos algo?
– ¿Gin tonic?
– Lo que sea.

Los muebles son los mismos desde que se mudó. Creo que cuando se mudó ella tenía unos 28 años. Era la casa de su abuela. Nunca tuvimos una relación estable. Hubo momentos en los que no teníamos sexo, pero estábamos juntos. Hubo épocas largas en las que no nos vimos. Nunca discutimos porque, según ella, cuando yo digo las cosas es para mandar todo a la mierda. Puede ser. Bueno, antes era así, seguro. Dejaba que todo pase y cuando estaba harto ponía fin a algo insostenible.

No siempre puedo dormir las siesta. Pero desde que pasé los cincuenta lo hago unas tres veces por semana por lo menos. El ritual de la siesta con ella consiste en tomar algo, que depende de la época del año y del antojo del momento, whisky, gin tonic, cerveza, té, agua con gas. Creo que si alguna vez tomamos alguna otra cosa fue por razones de fuerza mayor. Y compartir un Benson. Ninguno de los dos es fumador, pero siempre que hay siesta hay Benson. Me imagino que es más porque la caja es dorada que por todo lo demás. Una o dos pitadas cada uno mientras conversamos y se acaba.

Esa tarde soñé. Creo que el aire acondicionado se apagó un momento. Me desperté sobresaltado. Ahogado. Acalorado. En el sueño estaba mi madre y mi hermana. Estábamos en el pasillo de un hospital. Hacía calor y yo estaba muy abrigado. Las paredes eran blancas. Después una habitación más moderna con un cama. En ella un mujer acostada, cubierta por una sábana blanca. Se hizo de noche y entraba una luz desde la calle, todo se tornaba de una color azulado.

La mujer me habló: “Podés acunar a tu bebé”. Respondí:

– Sí, puedo – pensando en que no tenía hijos, pensando en los cuentos que no escribí, pensando en el tiempo.

No veo nada. La luz vira a rojo. Desparece la mujer, desaparece la cama. Un golpe en algún lado. Desde el cambio de luz hasta el golpe, en ese momento, un quiebre temporal en el sueño, cae desde mis brazos mi hijo. La imagen siguiente es una masa de carne picada en el piso. Trato de juntar la carne, pero es imposible. 

Grito. Me despierto.

Trato de contarle el sueño y sólo puedo hacer referencia a la caída del bebé. Sin pensarlo digo:

– Yo nunca tuve hijos.
– No, pero estuve embarazada de vos.
– No es un chiste eso, basta
– No es un chiste.
– Estuve embarazada pocos días y no lo tuve.
– Basta. No me molestes.

Tomé mi bolso y salí del departamento. No la ví nunca más.

Acerca de Daniel Altamiranda

Daniel Altamiranda: Frente a la vieja dicotomía de escribir parado y bailando (Escritura Dionisiaca) o sentado (Escritura Apolínea) prefiero escribir comiendo.
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